A principios de este año, durante su informe anual sobre la situación del país, el presidente de los Estados Unidos lanzó un llamado que seguro le ganó pocos aplausos: “Ya es hora de que los estadounidenses regresen al trabajo y llenen nuestros magníficos centros urbanos”. ¿O sea que durante el confinamiento la gente no trabajó? La cuestión es que del lado de múltiples empresas, el deseo de dejar atrás el modelo de trabajo remoto cobra más y más fuerza. Pero la situación no está como para tomar una decisión unilateral.
Una moneda con muchas caras
Hasta principios de 2020, la idea de que se habita en un lugar y se trabaja en otro era la prevaleciente. Se daba por sentada a tal grado, que plantear el concepto del trabajo remoto se recibía como una posibilidad deseable, hasta atractiva pero perdida en un futuro nebuloso, un tanto de fantasía.
La pandemia forzó la situación. Los elementos para hacer del trabajo remoto una realidad estaban ahí y el cambio se dio. Solo que dejar las oficinas y confinar a la gente a sus hogares también puso en relieve cuántos elementos de la vida diaria dependían de que todos los días hubiera miles de personas circulando por las ciudades de la casa al trabajo y de regreso.
En ese sentido es tal vez donde la pandemia tuvo su efecto más duradero. Infinidad de negocios medianos y pequeños, servicios y comercios, centrados en atender las necesidades de ese ir y venir diario, perdieron su razón de ser. Ahora que las empresas exploran, intentan o imponen (cada quién según su estilo) la vuelta al modelo laboral pre pandemia, las cosas ya no se ven iguales. Lo que es más, no vuelven a ser iguales con solo regresar al tráfico diario.
El costo de ir y venir
Dejar de pronto de gastar en el traslado y reiniciar el gasto de la misma forma súbita nos obligó a tomar conciencia de cuánto dinero y esfuerzo destinamos solo a eso. Transporte público, taxis, alimentos, los tres tipos de gasto tienen su efecto en los bolsillos de cualquiera. El tiempo es aparte.
El asunto se vuelve más doloroso por el hecho de la inflación, presente a nivel mundial. Muchos especialistas lo advirtieron cuando el gobierno de los Estados Unidos repartió cantidades inmensas de dinero entre su población, al iniciar 2021. Temían que más que reactivar la economía, el súbito crecimiento en el consumo de bienes disparara los precios. Así ocurrió. Para complicar más las cosas, ahora tenemos la guerra en Ucrania, con sus efectos sobre los precios de la energía.
En resumen, las consecuencias monetarias de un trabajo que exige trasladarse diario, evidente al desaparecer y reaparecer de la noche a la mañana, ahora son más notorias porque la cantidad es mayor. El traslado mismo es más caro y se suma la necesidad de adquirir alimentos preparados estando fuera de casa. Se puede aliviar si uno carga con su propia comida, pero entonces se manifiesta otra situación: tengo que trabajar en casa preparándola, para ir a comerla en una pausa de trabajo.
No todo es parejo
Otra faceta del retorno al trabajo de oficina es que pone en evidencia las diferencias de autoridad. Los colaboradores en los niveles de autoridad básica no tienen margen de maniobra, cuando la empresa decide cancelar el trabajo en casa, aun si su puesto lo hace posible. A los mandos medios, y más los superiores, se les da mayor flexibilidad para continuar, si bien parcialmente, desde casa.
Las consecuencias no se limitan solo a lo más obvio, una ambiente laboral de descontento por un trato que no es equitativo. La escasa presencia de “los jefes” (o la desigualdad de la forma en que se hacen presentes, a través de videoconferencias) también afecta su capacidad de liderazgo. Otro tanto ocurre con el mentoraje, que es un elemento central para que la empresa logre un nivel de retención de talento adecuado.
El nuevo espacio de trabajo
Una de las enseñanzas que deja la pandemia es que la densidad de ocupación de los espacios en efecto propicia la propagación de enfermedades. Por otro lado, algunas empresas aprovechan el retorno para implementar un modelo de estaciones compartidas, para disminuir los costos de operación.
La cuestión es que todos tendemos a ser territoriales. Nos gusta sentir que tenemos todo el control sobre cierto espacio, del cual nos apropiamos aunque sea con un objeto, foto, planta, peluche, lo que sea. Carecer de esos amuletos nos dificulta estar enteramente a gusto con el lugar donde vamos a pasar todo el día, con los consiguientes efectos sobre eficiencia y productividad.
El lado personal
Como detalle adicional están las cuestiones de la indumentaria, las maneras y los hábitos de conducta. Existen códigos más o menos expresos y aceptados sobre la manera adecuada de vestirse para el trabajo. Ocurre otro tanto acerca del comportamiento y el modo de tratar a nuestros colaboradores. Meses enteros de pandemia relajaron la conciencia sobre estos códigos. Ahora tenemos que reactivarlos, lo que no resulta igual de fácil para quienes tienen una personalidad más individualista.
En algunos sectores se ha detectado otra cuestión, las mascotas. Para aliviar el distanciamiento social, personas que viven solas encontraron en las mascotas un gran alivio. Se sabe más que bien de cuánta compañía dan los perros. Pero si uno debe ahora pasar horas enteras fuera de casa, ¿qué hace uno con esa fuente de compañía tan entrañable?
Estira y afloja
Esto explica que la respuesta del personal cuando una empresa decide que regresará al modelo tradicional sea tan mixta… por decir lo menos. Esto, sin considerar su efecto sobre el nivel de vida. ¿De veras es imprescindible destinar horas y recursos en ir y venir, si uno termina sentado frente a una pantalla de cómputo que no se distingue gran cosa de la que tenemos en casa?
Estamos en una situación que a todas luces requiere terminar de ajustarse. En este momento, las cosas aún pueden cambiar, entre otras razones porque la pandemia no ha terminado. Los contagios continúan y la posibilidad de que surja una variante más virulenta continúa ahí. El panorama económico dista de estabilizarse, desde muchos frentes.
Las empresas necesitan reflexionar sobre la forma como pueden apoyar a la fuerza de trabajo. Con o sin pandemia, con o sin conflictos políticos, el entorno de negocios se transforma con mayor rapidez que nunca. Retener al personal es prioritario, por lo que significa en términos de experiencia adquirida y capital intelectual.
Toca a las áreas de recursos humanos determinar con cuidado los intereses y preocupaciones del personal, calibrar dónde es posible exigir más y cuáles elementos les resultan prioritarios. Se conocen recursos para hacerlo, como las encuestas sobre clima laboral. Se dispone además de medios para el efecto, como es el caso de e-point, una intranet de bolsillo diseñada expresamente para estrechar la comunicación entre la organización y sus colaboradores. Las dos partes saben el panorama laboral no regresará a las condiciones que presentaba al terminar 2019 y que a todos conviene establecer una nueva relación que sea satisfactoria para todos.